domingo, 3 de febrero de 2013

Un cumpleaños de gringas dementes




      A la verdad que está cabrón salir con gringas. Me invitaron a la celebración del cumpleaños de mi cuñada (puritita gringa). Sería un girls night out entre ella, sus amigas (todas gringas), mi vecina italiana y yo, la negrita de agregá. Desde que llegué  me sentí fuera de grupo: era la única que estaba (bien) maquillada y que no era rubia de ojos azules. Fuimos a Daytona Beach, a un restaurante/bar de lo más chévere. En los predios había una bandita tocando covers de música country. Bueno, realmente no era una banda porque sólo tenía un integrante. Un hillbilly que maniobraba la computadora, el equipo de sonido, animaba, tocaba guitarra, cargaba panderetas y cantaba al mismo tiempo. No me gustaba la música, pero reconozco que le quedaba bien. Sonaba como una banda completa. Mientras que adentro del negocio, un dj mezclaba música ¿adivinen?… ¡también country!
Los vodka con cranberry que bebí no me hicieron comprender o al menos reír de los chistes mongos discutidos durante la velada. Mi cuñada, la cumpleañera, brindaba con un vaso de agua (no quería beber ni porque era su fiesta), decía que tenía que levantarse súper temprano al otro día para ir de garage sale (lo que lleva haciendo todos los sábados por ocho años). Una de las amigas narraba la clase que les dio a sus estudiantes de kindergarden. La otra hablaba del tinte que no le cubrió las canas. Otra de un sport bra que no tiene suficiente soporte… Y todo esto como si fueran los mejores chistes del mundo. Todas se reían a carcajadas. Yo me sonreía con las muelas. Hasta que llegó la mesera y dijo que en media hora teníamos que movernos a otra área porque dónde estábamos estaba reservada para una fiesta de swingers. Yeah! dije bien duro, emocionada. Cómo no iba a estarlo, si por fin iba a ver y posiblemente conocer swingers de verdad en carne y hueso. ¡Sí que tendría material para escribir! Para mi sorpresa yo era la única contenta con la idea de que habría un party de swingers en el mismo lugar donde estábamos. Al principio ellas pensaron que la mesera estaba bromeando y comenzaron (de nuevo) a hacer comentarios absurdos sobre el tema. “Cuando lleguen, les diremos que esta es la mesa de swingers lesbianas”, decían. Poco a poco comenzó a llegar la gente. Un señor se acercó a nuestra mesa y preguntó si estábamos allí para  la ‘reunión de negocios’. Luego los empleados comenzaron a colocar centros de mesas, preparando el lugar, fue entonces que las gringas se percataron de que la joven hablaba en serio.

               Todas habíamos terminado de cenar. El local estaba relativamente vacío, así que no fue difícil movernos otra área, incluso más cómoda. Los swingers ya estaban entrando. Y yo, entusiasmadísima. No cabía en mí. Quería hablar con ellos, o por lo menos con alguno. Estaba imaginándome en cómo les haría el acercamiento, darles conversación y como quien no quiere la cosa, terminar entrevistando a alguien.
               —Vamos a pasar por ahí, para ver cómo son y qué  hacen —le dije a una de las muchachas y ella aceptó, pero cuando casi llegábamos se arrepintió. Terminamos dando la vuelta, hacia los sanitarios y nos regresamos a nuestro grupo.
               —¡Son asquerosos! —les contó al resto. Todas quedaron indignadas. Yo puse mi cara de “what?” ¿En serio? ¿Por qué dice eso, si ni siquiera los tuvimos de frente? Además, hasta dónde vi, se veían de lo más normales y decentes. Ni siquiera parecían swingers. En todo caso, no es como que tienen que ser anormales o tener algo en la frente que diga “soy swinger”.
               —Tenemos que irnos a otro lugar. No puedo con esto —dijo la cumpleañera— vámonos ya. No podemos estar bajo el mismo techo que esa gente inmunda.
               Por más que traté de hacerles entender que “esa gente” estaba del otro lado del salón, en su fiesta privada, aparte, en el área VIP, nada que ver con nosotros, ninguna quería quedarse porque atentaba contra su moral. Fuimos al estacionamiento para decidir a qué otro lugar podríamos ir. En el ínterin, seguían llegando parejas. Las gringas pensaban que todas eran swingers. De repente, no sé ni cómo, se agarraron las manos y comenzaron a orar bien alto, por el alma de las personas que entraban al negocio. Suplicaban a Dios por fortaleza, insistían que ese era el camino del demonio, señalando a las parejas que entraban. “All you sinners are going to burn in hell. God, please have mercy for the lost souls”, gritaban.
¡Qué clase de locas! La italiana y yo sentimos vergüenza ajena. Le pedí un cigarrillo y nos alejamos a fumar.
De allí nos trasladamos a un bar frente a la playa. El lugar estaba repleto. Ahí sí había una banda tocando reggae roots y una multitud de ancianos bailando. Sí, en Florida hay ancianos por todas partes. Conseguimos una mesa vacía en el balcón. Cuando miré a mi lado, una pareja (hot) de lesbianas demostraban su amor con besos franceses. Otra vez, las gringas se sintieron ofendidas.
“We need to move inside!” dijo mi cuñada.
“What’s the problem? They’re kissing, so what? It’s impossible inside!” respondí.
“I just don’t want to be close to them” dijo otra.
O sea, ¿porque son lesbianas automáticamente van a tratar de lanzarte sobre ti? ¡Vete pal carajo! Pedí un trago y se me fue como guineo en boca de vieja. Dos de las gringas fueron a los sanitarios. Regresaron peleando, porque del baño de damas salió un hombre. Les dijo que lo usó porque el de caballeros estaba lleno y él tenía apuro. Ellas prefirieron aguantar el orín, antes de entrar. Yo no lo aguanto por nada del mundo. Les dije que en los bares de Puerto Rico, a veces yo iba al baño de hombres si el de las mujeres estaba lleno o sencillamente porque siempre era el más limpio, y en última instancia alguna amiga me cubría y orinaba en el estacionamiento, detrás del carro. Me miraron con cara de “you too are going to burn in hell”.  
De repente, una de las muchachas se “perdió”. Les dije que no estaba perdida, que la vi afuera fumando y hablando con unos muchachos.
“What? She must be drunk. We need to get her” dijo mi cuñada.
“Relax, she’s not drunk. And the guys are gay” contesté.
Tengo tantos amigos homosexuales que puedo reconocer uno a distancia. Es más, no me tiene ni que hablar. En los ojitos, en la mirada se nota. La pareja con la que hablaba la supuesta gringa borracha, le habían pedido que les tomaran una foto. Eso es todo.
“No, no. They want her. You know what I mean? They want her. I’m gonna get her!” y fue corriendo a buscarla.
Se me hizo imposible que los tragos me hicieran algún efecto. Fue un jangueo extrañísimo. Republicanas, fanáticas religiosas, juzgonas, gringísimas…. Absurdo. Se me acercó un hombre, que podía ser mi abuelo, me tomó por la muñeca, vio la sortija en mi dedo y preguntó si era casada. Le dije que sí. Bueno, te quería invitar a bailar, pero no quiero buscarte problemas. Eres hermosa, pero no quiero meterte en problemas, ni buscármelos yo tampoco... Me solté de su mano e interrumpí:
—Gracias, caballero. Tómese sus medicamentos y váyase a su casa a dormir.
“Are you ready to go?” me preguntó la italiana.
“Yes!”
Llegué a mi casa. No eran ni las once de la noche.

1 comentario:

Noel Ernesto dijo...

que graciosa historia, me alegra saber que nunca me han gustado las gringas, menos gringuisimas.