A la verdad que está cabrón salir con gringas. Me invitaron a la celebración del cumpleaños de mi cuñada (puritita gringa). Sería un girls night out entre ella, sus amigas (todas gringas), mi vecina italiana y yo, la negrita de agregá. Desde que llegué me sentí fuera de grupo: era la única que estaba (bien) maquillada y que no era rubia de ojos azules. Fuimos a Daytona Beach, a un restaurante/bar de lo más chévere. En los predios había una bandita tocando covers de música country. Bueno, realmente no era una banda porque sólo tenía un integrante. Un hillbilly que maniobraba la computadora, el equipo de sonido, animaba, tocaba guitarra, cargaba panderetas y cantaba al mismo tiempo. No me gustaba la música, pero reconozco que le quedaba bien. Sonaba como una banda completa. Mientras que adentro del negocio, un dj mezclaba música ¿adivinen?… ¡también country!
Los vodka con cranberry que bebí no me hicieron
comprender o al menos reír de los chistes mongos discutidos durante la velada.
Mi cuñada, la cumpleañera, brindaba con un vaso de agua (no quería beber ni
porque era su fiesta), decía que tenía que levantarse súper temprano al otro
día para ir de garage sale (lo que
lleva haciendo todos los sábados por ocho años). Una de las amigas narraba la
clase que les dio a sus estudiantes de kindergarden. La otra hablaba del tinte
que no le cubrió las canas. Otra de un sport
bra que no tiene suficiente soporte… Y todo esto como si fueran los mejores
chistes del mundo. Todas se reían a carcajadas. Yo me sonreía con las muelas.
Hasta que llegó la mesera y dijo que en media hora teníamos que movernos a otra
área porque dónde estábamos estaba reservada para una fiesta de swingers. Yeah! dije bien duro, emocionada.
Cómo no iba a estarlo, si por fin iba a ver y posiblemente conocer swingers de verdad en carne y hueso. ¡Sí
que tendría material para escribir! Para mi sorpresa yo era la única contenta
con la idea de que habría un party de
swingers en el mismo lugar donde
estábamos. Al principio ellas pensaron que la mesera estaba bromeando y
comenzaron (de nuevo) a hacer comentarios absurdos sobre el tema. “Cuando
lleguen, les diremos que esta es la mesa de swingers lesbianas”, decían. Poco a
poco comenzó a llegar la gente. Un señor se acercó a nuestra mesa y preguntó si
estábamos allí para la ‘reunión de
negocios’. Luego los empleados comenzaron a colocar centros de mesas, preparando
el lugar, fue entonces que las gringas se percataron de que la joven hablaba en
serio.
Todas habíamos
terminado de cenar. El local estaba relativamente vacío, así que no fue difícil
movernos otra área, incluso más cómoda. Los swingers ya estaban entrando. Y yo,
entusiasmadísima. No cabía en mí. Quería hablar con ellos, o por lo menos con
alguno. Estaba imaginándome en cómo les haría el acercamiento, darles conversación
y como quien no quiere la cosa, terminar entrevistando a alguien.
—Vamos a pasar por ahí,
para ver cómo son y qué hacen —le dije a
una de las muchachas y ella aceptó, pero cuando casi llegábamos se arrepintió. Terminamos dando la vuelta, hacia los sanitarios y nos regresamos a nuestro
grupo.
—¡Son asquerosos! —les
contó al resto. Todas quedaron indignadas. Yo puse mi cara de “what?” ¿En
serio? ¿Por qué dice eso, si ni siquiera los tuvimos de frente? Además, hasta
dónde vi, se veían de lo más normales y decentes. Ni siquiera parecían
swingers. En todo caso, no es como que tienen que ser anormales o tener algo en
la frente que diga “soy swinger”.
—Tenemos que irnos a
otro lugar. No puedo con esto —dijo la cumpleañera— vámonos ya. No podemos
estar bajo el mismo techo que esa gente inmunda.
Por más que traté de hacerles
entender que “esa gente” estaba del otro lado del salón, en su fiesta privada,
aparte, en el área VIP, nada que ver con nosotros, ninguna quería quedarse porque
atentaba contra su moral. Fuimos al estacionamiento para decidir a qué otro lugar
podríamos ir. En el ínterin, seguían llegando parejas. Las gringas pensaban que
todas eran swingers. De repente, no
sé ni cómo, se agarraron las manos y comenzaron a orar bien alto, por el alma
de las personas que entraban al negocio. Suplicaban a Dios por fortaleza,
insistían que ese era el camino del demonio, señalando a las parejas que
entraban. “All you sinners are going to burn in hell. God, please have
mercy for the lost souls”, gritaban.
¡Qué clase de
locas! La italiana y yo sentimos vergüenza
ajena. Le pedí un cigarrillo y nos alejamos a fumar.
De allí nos trasladamos a un bar frente a la
playa. El lugar estaba repleto. Ahí sí había una banda tocando reggae roots y una multitud de ancianos
bailando. Sí, en Florida hay ancianos por todas partes. Conseguimos una mesa
vacía en el balcón. Cuando miré a mi lado, una pareja (hot) de lesbianas
demostraban su amor con besos franceses. Otra vez, las gringas se sintieron
ofendidas.
“We need to move
inside!” dijo mi cuñada.
“What’s the problem?
They’re kissing, so what? It’s impossible inside!” respondí.
“I just don’t
want to be close to them” dijo otra.
O sea, ¿porque son lesbianas automáticamente van a
tratar de lanzarte sobre ti? ¡Vete pal carajo! Pedí un trago y se me fue como
guineo en boca de vieja. Dos de las gringas fueron a los sanitarios. Regresaron
peleando, porque del baño de damas salió un hombre. Les dijo que lo usó porque
el de caballeros estaba lleno y él tenía apuro. Ellas prefirieron aguantar el
orín, antes de entrar. Yo no lo aguanto por nada del mundo. Les dije que en los
bares de Puerto Rico, a veces yo iba al baño de hombres si el de las mujeres
estaba lleno o sencillamente porque siempre era el más limpio, y en última
instancia alguna amiga me cubría y orinaba en el estacionamiento, detrás del
carro. Me miraron con cara de “you too are going to burn in hell”.
De repente, una de las muchachas se “perdió”. Les
dije que no estaba perdida, que la vi afuera fumando y hablando con unos
muchachos.
“What? She must
be drunk. We need to get her” dijo mi cuñada.
“Relax, she’s
not drunk. And the guys are gay” contesté.
Tengo tantos amigos homosexuales que puedo
reconocer uno a distancia. Es más, no me tiene ni que hablar. En los ojitos, en
la mirada se nota. La pareja con la que hablaba la supuesta gringa borracha, le
habían pedido que les tomaran una foto. Eso es todo.
“No, no. They
want her. You know what I mean? They want
her. I’m gonna get her!” y fue corriendo
a buscarla.
Se me hizo imposible que los tragos me hicieran
algún efecto. Fue un jangueo extrañísimo. Republicanas, fanáticas religiosas,
juzgonas, gringísimas…. Absurdo. Se me acercó un hombre, que podía ser mi
abuelo, me tomó por la muñeca, vio la sortija en mi dedo y preguntó si era
casada. Le dije que sí. Bueno, te quería invitar a bailar, pero no quiero
buscarte problemas. Eres hermosa, pero no quiero meterte en problemas, ni
buscármelos yo tampoco... Me solté de su mano e interrumpí:
—Gracias, caballero. Tómese sus medicamentos y váyase
a su casa a dormir.
“Are you ready to go?” me preguntó la italiana.
“Yes!”
Llegué a mi casa. No eran ni las once de la noche.
1 comentario:
que graciosa historia, me alegra saber que nunca me han gustado las gringas, menos gringuisimas.
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